lunes, 8 de febrero de 2010

VISITA AL PSICOANALISTA


(Trataré de resumirme, porque la consulta cuesta un ojo de la cara)


Para que se dé cuenta lo difícil o lo fácil que a veces me resulta todo, doctor: Soy el mismo desde que nací, pero también soy otro desde la misma fecha. Como uno atiendo los asuntos cotidianos, y como el otro le inyecto raíces a mis ideas. A veces el conflicto es doloroso. (¿Qué?… Bueno, estas divagaciones entonces las dejamos para más adelante. Empiezo por el principio y listo).

Comencé mis estudios sobre el todo y el nada (alias Vida) cuando tenía dos años y cuatro meses, al intentar descubrir qué pasaba si metía un tenedor en el enchufe eléctrico de la pared. Fue la primera lección que la vida me enseñó: tenedor en enchufe = quemadura y lágrimas.


Después vino la escuela primaria, donde me enseñaron a obedecer sin cuestionar y donde por cuenta propia aprendí a preguntar y desobedecer.


En la secundaria descubrí cómo abrir ventanas donde no existían, y a suponer que nada era como parecía ser, y a creer que la pubertad es la penúltima estación antes del Nirvana.


La facultad empezó a desenseñarme que saber es una quimera, que suponer es un teorema indemostrable; que buscar es una emboscada; que divergir es un estigma; que aprender es un Argumentum ad ignorantium.


Leer fue mi mejor maestro. Entender fue mi primer precipicio. El primero de muchos (Luego llegaria amar, Gregorio).


Al margen de los estudios regulares, el hambre propio supo restarle sabor a mis comidas. El torturador me enseñó con su arte que el dolor no tiene límite. Tan interminable como la falta de principios o la ignorancia o el fanatismo.

La Injusticia fue clara en su mensaje de que es más fuerte que la más fuerte de todas las buenas intenciones, y el deseo de venganza demostró ser el padre de todos los abusos, y la corrupción la causa mortis de todos los discursos oficiales.


Y así, doctor, la vida fue mostrando sus agallas, desnudando sus mentiras, destruyendo sus valores. Y así terminé, en este diván, pagando para que me escuche y me comprenda, aunque poco le importe lo que escuche y mucho menos lo que entienda a no ser el precio que me cobra por contarle mis angustias.


Pero no lo dude ¿eh?: Hoy, años ha de todos esos peldaños de la escalera que aún insisto en subir, contemplo la vida y sus actores con la misma curiosidad con que antaño miré al enchufe y al tenedor como si hubieran nacido el uno para el otro. Intento aprender a descifrar la vida con igual sinceridad con que otrora sumaba experiencia y restaba obediencia. Busco el sentido en el fondo del más hondo sinsentido, con igual avidez con que mucha veces espié por la ventana.



De todo ese aprender a desaprender; de todo ese saber para olvidar; de todo ese Ser y no apenas Estar, sobra – en el dobladillo del Hoy - un manojo de palabras, un racimo de ideas, un sinfín de proyectos, que intento hilvanar en frases con sentido; en textos con hondura; en dichos con esencia.


Aunque casi nunca consiga ordenar las palabras( a ella le consta); aunque casi nunca alcance a implementar mis ideas( tambien le consta); aunque ahora aprendi a terminar  desarrollar mis proyectos, insisto y empiezo de nuevo. Y así sucesivamente.


Omar Gavidia

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